martes, 21 de julio de 2009

A las cinco de la tarde



Cayó hacia la izquierda mi cabeza, reposándose. Sí.

Acá podrías oír, como dentro de un reloj de arena, unos cuantos pensamientos que se destrozan hasta hacerse estas partículas mínimas.
Que me habitan.
Y que caen.

Tic… Tic...

Tic… Tic...

Se remedian con el tiempo.
Pero la gravedad es más grave: mucho peso neuronal.
Y se hacen grandes.

Tic... Tic…

Y más grande que lo enorme es este vacío gigante.
Se debilitan las proezas.
Se patinan, se caen.
Se suicidan.
Y las escuchamos que hacen

tic... Tic...

Tiquitean sin ser gotas, me inundan por igual.
Se deslizan, se aprietan, se fusionan.
Hacia la izquierda, caen.
Se reflejan.
Me ven llorar.

Tic… Tic…

Frente al espejo.
En pedacitos.
Hasta ser partículas.
De un reloj de arena.
En el mar.

Tic… Tic…

Les falta un sí y les falta un tac.
Zarandean.
Como hileras de tics.
Quizás lo eran.
Reflejas ideas.
Ideas.
De ver.
Te.
De verte.

Beber.
Te.
De un saque

Y no como esta costumbre de cinco de la tarde
De (tomar-té).
De a sorbos.

.





Como Edipo Rey: ver o no ver.

:






cambiar

tu voluntad etérea

sobrevolarla

rodearla como una bacteria

deshacerla

sabiendo que no




sabiendo que no

deshacerla

rodearla como una bacteria

sobrevolarla

tu voluntad etérea

cambiar






jueves, 2 de julio de 2009

Inquietud


Cuando quería decir sabía que la voz no estaba inquieta. Cuando te vi, sin embargo, se multiplicaron esas cuerdas vocales bastardas y la conspiración orgánica comenzó a actuar. Sabían que tarde o temprano los sujetos imaginarios van a despertar y mirá que estaban bien enterrados!
Eran cobardes, bueno, pero yo también lo era. Ya se hacía incómoda la convivencia de personas que no eran con personas que tampoco eran, con voces que nunca eran ciertas. Lo que dicen es de repente inválido, no hay raíces tan profundas para enterrarse en mis ojos tus monosílabos inconclusos.
Mirarte es matarte un poco, sí, matarte porque eso me sale bien, matarte ejemplarmente para que el resto no lo sepa: que aunque quería decir, sabía que la voz no estaba inquieta.
Casualidad, sí, buscaba una casualidad y sigo buscándote entre excusas de otras casualidades inmediatas pero ya pasó bastante tiempo y la voz se me hace grande, traspasa de a poco las vocales y consonantes sordas y tu imagen se hace grande porque recuerdo tu perfil, con tu nariz de seda por cierto, y se expande porque no deseo que se caiga de ningún modo.
Y es verdad que estoy manipulándome, persuadiéndote desde el silencio, ya lo sé.
Y es verdad que estoy haciendo tiempo, mis falacias son mortales nuevamente.
Y es verdad, no aprendí a seducirte pero mira que lindas estas palabras que vomitan de cliché y cursilería, que hasta son tinta roja apresurada. Escribiéndote a vos, o sin voz la tuya se la tuya se me apreta en la frente porque finalmente cuando quería decir sabía –irremediablemente- que –por suerte- lo voz –ahora- estaba un poco inquieta.