miércoles, 25 de noviembre de 2009

El sentido de esas cosas.

Decir que se siente como si lo hubiera estado esperando durante todo el día parece no querer llamarse premonición, ni corazonada, ni instinto. Lo que sucede es que no quiere nombrarse si quiera.
Las cosas, que por supuesto nunca sabemos bien cuáles son, nunca salen como esperamos.
Pero el reloj, él sí que sabe hacer señas en el cielo.
El día amaneció nublado, y la "probabilidad de lluvias" de la televisión no sonaba tan desacertada. En el teléfono... bueno, nunca lo alcancé a atender.
Escucho decir a alguien "¡Antes estaba todo bien!". Yo digo, qué negligente. ¿Vos no ves esas nubes tamaño extra grande en el cielo? ¿No te das cuenta o vas a esperar que suceda alguna cosa?
También puede ser que en mi círculo de ego existan señales que aprendí a leer con el tiempo, y si para algo existen, es para algo. Algo tan indefinido como esas cosas que no se dejan decir, tan supremas que un instante no les hace nada. Hace falta horas y horas de espera.
Y al fin, al fin ocurren, y esas horas son fatales, esas horas son irreversibles.

El día amaneció nublado y coincidentemente yo tenía problemas para hablar. Ni la voz, ni el sonido. Ocultas, porque eran cuerdas vocales bastardas que estuvieron gritando en sueños "¡Cuidado, cuidado que está por pasar!"
Entonces se rompió el segundo. Me olvidé de vos, de mi voz que servía para algo, que en algún momento sirvió para algo, y era eso, era un mensaje secreto del destino que me decía una vez más que por cada vez que dudara, inevitablemente eso iba a suceder.
A las tres de la tarde nuevamente olvidé. Conté las horas al revés, las medí, pero no las cuidé. Fui necia, y reconocer esto es algo fácil.
Pero cuando a las seis empezaron a caer las primeras gotas, fue en realidad un chaparrón bíblico. Fueron truenos, fueron relámpagos de día, ¿se imaginan? Con palabras en arameo, en swahili, en danés, imposibles, estaban, pero ausentes. Y yo ahí sentada en mi sofá, tratando de recordar el momento exacto en que decidí quedarme sentada, a esperar la lluvia que me pronosticó el noticiero a la mañana.
Lo menos que puedo hacer ahora es evitar mirar al cielo. Es vergonzoso.
Supongo que ya no hay decodificadores disponibles para mí en la medida en que no aprenda a hablar tus idiomas.
Y recuerdo que perdí la voz, pero estoy mirando la lluvia por la ventana, desde el sofá, y voy recordando también que ya olvidé el sentido de las cosas.

1 comentario:

nicolás durruti dijo...

jugar es la unica opcion.
bah, no. pero es la mejor.
bah, no. pero es la menos peor.

whatever, nevermind.