domingo, 30 de diciembre de 2012

Nos gusta la literatura



Nos gusta tanto la literatura que nos citamos en un bar.

Sin vueltas, una noche, hace un tiempo.
Nos gusta tanto la literatura que nos sentamos en una mesa al lado de un ventanal cerrado
y nos pusimos a hablar de poesía, de ensayos, del mundo ancho.
Después de un rato seguimos hablando de literatura
porque nos gusta tanto la literatura que no podíamos dejar de hablar sobre literatura
y entendimos que nos gustaba tanto 
y que por eso nos gustábamos.
Nos gusta tanto la literatura que la cerveza se terminó rápido
pudimos escaparnos para ir más lejos
y dejar de hablar sobre literatura
y empezar a callarnos la boca, cerrar los ojos,
besarnos, hacer el amor, ay, esa palabra, el amor,
citar a Cortázar,
recordar algunos versos de Mario, nuestro querido Mario,
decir que la música también es genial porque nos recuerda a las musas
y a la literatura, que tanto nos gusta,
sacarnos la ropa, despacio, diciendo nada,
tocarte los párpados, la boca, el torso, 
ir más despacio,
mirar hacia abajo, ver el cuerpo desnudo,
imperfecto
como un poema,
y aunar la piel entre las sobras de algún renglón
que recordábamos 
al mismo tiempo,
pensar qué bueno que nos guste tanto la literatura,
porque si no nos gustara
estaríamos tirados en una cama 
o en el suelo
riendo
y no discutiendo sobre lo fragmentario, lo insulso y lo desprovistos que estamos
como seres humanos
uno sentadito en frente del otro
diciendo
que nos gusta tanto pero tanto

que no lo hacemos.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Muchacho Punk




Contar es entonces para mí un modo de borrar de los afluentes de mi memoria aquello que quiero mantener alejado para siempre de mi cuerpo.
R. Piglia

I
En agosto del 2010 conocí a un muchacho Punk. Decir que conocí a un muchacho es mentira, ya había conocido a unos cuantos en el 2009 durante mi llegada a Puán, y aquello que él y yo hicimos, ese montón de cosas que empezamos a hacer cuando nos conocimos, no fue siquiera conocernos, y me animo hoy a decirlo de nuevo: no nos conocimos nunca. Estaba él, y además estaba yo, por separado, como dos estudiantes en una toma (más) de la facultad de Filosofía y Letras. Lo que interesa en esta historia es que el muchacho punk y yo “nos acostamos juntos”.
Primera decepción del lector: en esta primera parte de la historia no cogimos.
Yo conocí al muchacho en el bar de la facultad, entre un grupo de gente que además de estudiar, mantenía contacto, (aunque en casi todos los casos siempre fue primero) a través de Internet en un foro de discusión, que para qué voy a mentirles, ahí nos conocimos la mayoría de los que nos juntamos cada tarde en ese bar mugroso y precario para tomar café, o abastecernos de cerveza para divagar en el patio sobre Proust (nos encanta Proust) y sobre trotskismo o peronismo, da igual, y donde luego nos empezaríamos a organizar las cursadas para no estar solos, para no sentirnos tan solos cada uno en nuestra carrera eterna y solitaria.
El muchacho punk estudiaba historia. Tardé bastante tiempo en (re)conocerlo, porque era tímido y no se mostraba mucho, pero en la época de la toma que empezó en septiembre, empecé a verlo más seguido.
La primera vez que lo vi, tenía una de esas camisas a cuadritos (punk), llevaba el pelo largo (punk) atado con un rodete y tenía las vans azules (punk). Su mirada, (eso sí) no podía estar más lejos de lo que yo entendía o había entendido alguna vez podría haber llegado a sentirse o siquiera catalogarse dentro de las miradas que en mi preconcebida idea del mundo tenían los muchachos punk.
El muchacho hablaba mucho sobre su carrera. A veces lo encontraba solo en el aula donde concentrábamos la lucha, leyendo, sentado al fondo con un piloncito de apuntes, y yo le preguntaba por qué estaba ahí solo y me decía que se había quedado para leer sus apuntes, que después se unía al resto, que estaba todo bien con quedarse solo. Solo y callado. Y eso a mí me fascinaba.
Siempre noté su esfuerzo por mostrar que todo estaba bien. También era extremadamente simpático al hablar. Pero sólo cuando hablaba, porque no hablaba mucho. Sin embargo, la entonación  que usaba al decir las cosas, por supuesto que inconsciente, esa manera particular de poner la voz al servicio de las relaciones humanas, su entera manera de hablar, estaba dotada de una  simpleza semejante a un comentario o una nota al pie, como siempre se lo veía a él: en algún costado, fuera de foco, desentonado y ausente con su cuerpo tan alto.
Hubo noches en las que se quedó a dormir con los muchachos de la toma, porque él, muchacho punk, vivía lejos de la facultad y las asambleas diarias solían terminar bastante tarde. Hubo tardes en las que salía de cursar y en vez de ponerse a leer inmediatamente sus apuntes, se quedaba charlando con nosotros, los de la 144. Siempre pensé que todo el esfuerzo que ponía en apartarse le generaba suspenso en esa cosa misteriosa que para él eran las relaciones humanas, porque aunque no se le notaba, siempre elegía quedarse quieto. Paradoja de los paisajes de Puán, esta imagen, los revolucionarios y anarquistas y montoneros, o los que se jactan de serlo, pero que tampoco saben moverse.
Hasta acá, este muchacho no es muy diferente a todos los que pasaron intrascendentes alguna vez por ese aula tomada durante los días que fueron entre aquellas semanas del llamado “estudiantazo”, pero hubo un momento (y lo recuerdo con una lucidez extraordinaria) en el que alguien más lo notó.
Este muchacho punk estaba ahí, como el resto, y un día empezó a quedárseme en la memoria. Y ahora (ahora me atrevo finalmente) podría decir que se metió para siempre en mi historia  porque para la suya, fue una paradoja del historiador errante, historia fáctica, ¿viste cómo la lluvia es más transparente de día? Bueno, eso. Quiero decir que yo lo había notado, y hasta sabía quién era, pero un día…
Un día alguien me lo señaló y me preguntó si no me parecía que el muchacho punk “estaba bueno”. Yo le respondí que cómo me iba a decir eso si él tenía novia. Para ese momento no era tan fanática de Fragmentos de un discurso amoroso, pero entendí que cuando Carla me lo señaló, el deseo empezó a hacerse presente en mi conciencia. No sé si son las historias que se van llenando de colores o de nudos extraños, pero esa misma noche, el muchacho punk y yo dormimos juntos.
La noche me sorprendía de esta forma: “¿Me puedo tirar acá al costado? Les saco un costadito nada más”. Entonces así fue que dormí con él, y él durmió conmigo, la noche en la que por primera vez sentí su respiración en mi nuca, en un aula tomada donde todos dormíamos juntos entre bolsas de dormir, colchones y almohadones improvisados; él durmió conmigo y enlazó su pierna sobre la mía, pero su novia, su timidez y su presencia fantasmagórica que se me caía de a pedazos con el correr de las horas me obligaron a correr la pierna, echarme al costado y dormir, aunque no pudiera. Esa noche que dormí con él, ciertamente fue inevitable, como las que se sucederían un tiempo después cuando el frío del suelo nos volvió a encontrar con los ojos cerrados y boca arriba.
II
Pasaron dos años hasta que el muchacho punk y yo volvimos a dormir juntos. Durante todo ese tiempo puedo decir desde la ausencia que en este arrancármelo del cuerpo representa, que fui tejiéndolo en la cotidianeidad de mis días como se gestan las historias que más nos cuesta terminar. Lo fui incorporando en silencio, como renunciando a la idea de tenerlo conmigo, ni siquiera pensaba en besarlo o quedármele cerca y de ese modo, sin darme cuenta, quizás adrede (pero no lo sé) un día me encontré a mí misma total y absolutamente desgraciada de saber que a pesar de mis esfuerzos, el muchacho punk me gustaba. Entenderlo desde otro lugar es decir que quizás había naturalizado su persona en mi vida, y con eso, muy de a poco, hecho parte de mi identidad. Yo escribía, mi seudónimo era Quappi, estudiaba letras, y además, me gustaba él, con una manía que no pude entender nunca.
Segunda decepción del lector: el muchacho punk y yo ya no nos acostamos juntos. Ahora, qué hago escribiendo sobre él, es algo que no me explico. Porque no es que un día terminó con su novia, que otro día me besó en una fiesta y que al tiempo huyó despavorido. El problema es que él no lo sabía, pero yo lo conocía desde antes, y no había pasado de un día para el otro y no era tan sencillo como “a Quappi le gustás” o “dale bola a Quappi”. No. No fue tan sencillo cuando él en algún momento me empezó a ver también con deseo, o a caer en las redes que tejían mis ganas, ni fue tampoco cuando se hizo cargo de ese mismo candor que era el mío (porque realmente no se lo entendí nunca), sino que este muchacho punk, como punk no se comportó nunca.
Cuando pasó el episodio después de la fiesta, cuando él ya sabía que a mí él me gustaba, el muchacho me empezó a evitar con una constante rabiosa. Un viernes, durante un festival de esos que hacen cada tanto en el patio de la facultad, nos cruzamos, sabiendo que esto podía llegar a pasar, también pasó que nos vimos. Él estaba ahí con su mirada punk, y puedo decir con seguridad que lo punk le emanaba del cuerpo, porque su rabia, su tristeza, su dejadez, eran algo que no podía ocultarse y sus brazos colgaban hacia el piso de patio, y después le escribí un poema. De todas las cosas que se esforzaba por esconder se le escapaba esa mirada que sostenía en mi nuca, y que también me intimidó, y qué desastre, qué desastre que iba dejando su rastro a mi paso. Porque no se parecía a la noche en la que estábamos abajo del mural de La Cámpora y él no quiso besarse conmigo. Tampoco se parecía a cuando chateábamos y me contaba sobre su carrera (y yo le respondía “qué bueno”).  Esa quietud era más parecida al día en que finalmente nos vimos solos, y se parece también a su pelo cuando se lo ataba para besarme el cuello con más ganas cuando un día quiso  hacerme el amor (y qué eufemismo más horrible para decir que nos quisimos garchar con una locura tierna).
Después de besarme y darse a la fuga, este muchacho punk se llamó al silencio, y pasaron días, meses, hasta que volvimos a hablar. Una tarde me preguntó para qué servía la sintaxis. Otro, me contó que iba a tocar con su banda (también punk), y me invitó al recital. Con un mes de anticipación. A esta altura del relato, ya deben pensar que lo debí haber previsto, pero nunca me iba a imaginar que el muchacho punk no iba a querer besarme esa noche, y mi frustración de no saber por qué carajos me había invitado no supo que iba a hacerlo recién y tan sólo una semana después, luego de mensajes, un viaje, un par de extorsiones mías y decir que por qué no sacarnos las caretas. ¿Qué podía hacer yo? Esperar es de penélopes, entonces me saqué toda la perversión con la que lo odiaba y lo quería, para invitarlo a tomar una cerveza, y vernos solos, llegar y vernos parados solos, enfrentados, otra noche, otra vez, por primera vez.
No había caso. Al muchacho punk yo lo quería. Fantaseaba que él a mí, también. Nos perseguíamos como nenitos jugando a las escondidas. Y también gastábamos mucha plata, y siempre terminábamos desnudos. Este punk había engañado a todo el mundo diciendo que no me quería, y pienso que esa zona de amistad, ese lugar tan tenebroso tampoco le gustaba y que quizás habíamos empezado a conocernos en el momento en el que más nos habíamos desencontrado, porque él iba a desaparecer otra vez. Costaba empezar a besarse, todas las veces que esperábamos el colectivo para ir a algún telo por Panamericana. A mí me costaba estarme quieta mientras viajábamos y él me iba tocando el pelo. Cuando llegábamos a la habitación que habíamos alquilado, con toda la esperanza que tenía me delataba en seguida: me ponía a jugar con los botones de los controladores de al lado de la cama porque odiaba la música de “esos lugares” (así los llamábamos, porque le daba vergüenza) y después venía él y arreglaba el desastre; yo me hacía un bollito por no decir que el sexo también me daba vergüenza a mí, pero no tanto como lo que a él le causaba. Se dejaba ver poco de su imagen, de sus ineteriores inmensos o de sus palabras quietitas. Yo lo entendía, pero a veces. Estaba enganchado, y apenas lo notó alguna vez viéndose sólo en el frío esperando un colectivo que no pasaba, mandándome mensajes que decían que con él había dos travestis esperando el mismo bondi. Queriendo con eso decir “te quiero.”
Yo no sé cómo es o cómo tiene que ser un muchacho punk. Sus miradas y sus gestos eran inconsecuentes. Su voluntad era un caos. Sus celos injustificados, sus gestos tiernos que me hacían explotar la cabeza de tanta franqueza, me ponían de la nuca y trataba de disimular para cuidar su temple inestable. Y encima, sus camisas punk, que me gustaban mucho, como también me gustaba que me agarrara de la cintura y me levantara un poco cuando me besaba y empezaba a tocarme. Me calentaba, y aún sin penetrarme, como la última vez que nos acostamos juntos, entonces me ponía encima de él y me agarraba del cuello y me lo apretaba un poco mientras me tocaba con la otra mano como si fuera una guitarra y de mi cuerpo salieran chillando las únicas notas punk que conocía y yo le mordía el brazo por no gritar y gemir que dios mío, muchacho punk, dios mío.
Sé que era punk y con ello un poco anarquista, un poco hardcore y un poco rebelde. Pero nunca conocí a nadie más atado al decoro, ni más políticamente correcto que a este muchacho de mirada amplia y sonrisa tímida. Ni siquiera intentaba hacerse el malo por default. Algunas veces lo entendía, pero recién empecé a verlo cuando, esas noches que nos veíamos, me corría la cara de su pene a punto de eyacular. Creo que pensaba que si me acababa en la boca significaba que yo lo quería, y que dejar que lo hiciera era alguna especie de contrato del que quería escapar con desesperación. Las últimas dos veces lo agarré de las manos  y me lo tragué. ¿Qué iba a saber él que yo lo quería hacía tanto? El muchacho punk no entendía mucho sobre relaciones, o sobre tener relaciones. Por eso me besaba la frente cuando viajábamos en colectivo para ir a ver si podíamos coger, tan confundido como cuando yo le chupaba el pito y él no quería acabar, y sé que no podía porque del miedo se empezaba a quitar mis días de su vida; yo pensaba y le decía "complejo de Edipo".
Fuimos al cine sólo una vez (porque al cine van los novios, ¿no? y él era apenas un muchacho punk, un susurro, una pose) y después de que terminara la película nos fuimos a tomar café en Starbucks (en realidad yo tomaba un café, quizás un capucchino, y él un frapuccino -y la cacofonía es jodidamente casual-). Mi muchacho punk (para este entonces ya era un poco mío) estaba indignado por la película que yo había elegido, y yo estaba indignada también porque ver a Lacan coger no está tan bueno. Lo que necesito escribir, y en ese momento necesité quizás decirle, es que yo ya sabía lo que iba a pasar luego, porque la escena que vimos fue premonitoria. Mi muchacho se sorprendió al ver a una pareja que estaba sentada del lado de enfrente, en una mesa con sillas que daba a un ventanal. Una chica lloraba. Y un chico, el que estaba en frente de ella, le decía cosas que no podíamos escuchar. “Mirá, la pareja de allá.” Me dijo. “No me gusta ver esas cosas. Se están peleando.” Dijo.
Y hago un paréntesis (¿no podía pensar él que yo fantaseaba con que sus imposibilidades iban a ser eventualmente, subsanadas? O por voluntad propia, quizás insistencia, ver que el que no puede en el presente tal vez tenga un potencial para el futuro, ver que la vida se nos pasaba como un cúmulo de frustraciones, cada noche en cada telo, cada día que me sonreía y yo lo abrazaba fuerte o le decía que algo me había enojado, porque él no quería que nos vieran juntos en los cumpleaños ni en las salidas, porque prefería encerrarse en un cuarto a no hacer nada, aunque la pasábamos bien, sí, pero siempre todo a medias conmigo, qué iba a saber yo que iba a estar siempre esa sonrisa mediada por el medio, qué iba a querer saber yo que ese medio en realidad era el miedo, que seguía latente, por qué iba a preferir ver el lado oscuro de su corazoncito de nene cagado en vez de esas mil formas que tenía de hacerme reír, de escaparme de mi adolescencia y haceme la intelectual, la madura, la respetable chica que hace todo, que todo lo puede, qué iba a saber yo que frente a mí, él no iba a poder hacer nada, que no iba a poder nada, y me pregunto, ahora, que ya no lo extraño, pero sí le escribo por inercia, porque lo veo cada tanto, ¿qué pensaría, él, que se quedaba tan quieto, si en el fondo le gustaba dejarse llevar por mí y después se quejaba de que estaba en otro lugar diferente, fuera del punto de partida, metido en medio, otra vez esta cosa de las medias tintas, de una vorágine de mensajes obsesivos y constantes que él mismo me mandaba y con los que yo pude extorsionarlo luego, cuando su memoria absurda y desmedida, fantasmática y cruel se olvidó de todo, de absolutamente todo lo que él había hecho conmigo).
La chica lloraba y el tipo parecía querer consolarla, pero esa chica a la que estábamos viendo, casi con culpa, cuando la miraba ¿pensaba en nosotros? ¿Había, acaso, un poco de ella en mí? Porque puedo rememorar la cantidad de veces que sentí enamorarme de este muchacho, haciendo un esfuerzo por conocerlo, cuando debería haberlo escuchado con más detenimiento cuando me decía que quería salvarse, lo cierto es que realmente me había cansado de decodificarlo como a un signo, y le escribía poemas, y le decía que yo no era Lévi Strauss, en fin. Él me dijo que las separaciones lo ponen triste. Y un poco le creo. Quizás por eso, y sólo por eso, es que me dijo que dejáramos de vernos en una ventanita de chat. Al día siguiente leí en el foro que estaba enojadísimo, o muy sorprendido, porque a una compañera de la secundaria le habían propuesto casamiento por Facebook. No lo culpo, pobre muchacho. Pero le hubiera venido bien a esta historia que el muchacho punk alguna vez gritara con locura. 

(Mayo 2012)

domingo, 21 de octubre de 2012

De falos y otras recurrencias



¿Ceder es como rendirse? No escucho a los otros que me dicen que tengo que dejar de renegar de mi status de mina mala onda porque no me queda bien, al parecer hay maneras de verme en las que suelen pensarme con cada fulano que se cruce por mi camino. Porque sucede que mi mejor amigo me dice: “Dale bola a este chico, es bueno, es fachero, estudia en la universidad. Es bueno, dale una chance que es bueno.” Pero yo no quiero a fulanito, como querer se quiere con deseo, y aunque me insistan yo voy a seguir pensando que este fulanito es bastante problema para cargar con un esfuerzo de enamoramiento inabarcable. Yo no quiero rendirme, pero tampoco hay redención. Somos almas caprichosas las que, según la teoría de mi amigo, “evitamos a los chicos buenos”, porque no, todos son buenos (y boludos) hasta que demuestren lo contrario, pero hay cada cara de ángel que mamita querida, ¿tendrán pelos ahí abajo? ¿Me van a saludar y sin vergüenza sentarse al lado mío para invitarme un café, porque sí, porque intuyeron que yo soy poeta y quieren que les escriba, que los inscriba en mi mundo de nostalgias apiladas para llevarse el souvenir? No me cabe duda de que sean buenos, esos que dicen que son buenos, yo también lo sé. Y yo también soy buena,  y a los gritos, le decía el viernes a otra amiga mientras volvíamos de una noche de poco movimiento que porque la vida es injusta, en el mundo las personas buenas nunca se encuentran y por ser buenas terminan con personas malas lamentándose, porque a los buenos no los registramos por buenos y adaptados a la normalidad como una moral inherente a esa bondad que nos hace creer que son quizás, demasiado buenos, tal vez, demasiado boludos. No quiero volverme más caprichosa, sé que mis deseos están bien fundados y que si me sonrío sin querer cuando me cruzo en la escalera a un ex que no saluda significa que ese deseo fue el infundado y que el que se quedó con la mirada perdida otro día, otro mengano, también cruzando miradas, estaba pensando en que su souvenir ya no lo leo en ningún café literario. Ceder no es como rendirse. Por ejemplo, hoy no hice nada y llovió mucho, y eso que pintaba un día fantástico, el sol a pleno cuando nos despertamos y abrí la puerta para que entre la brisa calentita mientas la tostadora hacía el “clang” característico que me avisa que soy una colgada y que si no fuera por eso mis tostadas se hubieran quemado, en ese momento en el que pensé que qué lindo día, la lluvia vino como una premonición porque en la tele, no me acuerdo en qué canal estaban pasando una de Hitchcock y me di cuenta por la música, me emboté, me perdí, hice una lista de exs y los mandé a todos a la mierda al mismo tiempo, y me pregunté si todos esos chicos que me invitaron a salir alguna vez y yo no les dí pelota pensaron alguna vez que ahora yo me regodeo con poemas pero no por ellos, y que mi karma me persigue como un mal karma, quizás, desde aquel día en el que dejé a mi primer novio en el colegio y se puso a llorar en la hora de literatura. ¿Casualidad? No lo creo, pero en ese momento tampoco lo pensé.
Deberían saber que lo dejé porque yo le escribí un poema y él no quiso leerlo, y yo me ofendí, pero teníamos quince años, ahora tengo veintitrés y sigo preguntándome si el mal más grave, si la falta más mayor en la vida es siempre perseguir algo que nos excede por hacernos los que soñamos más y  que ahora me la doy de intelectual porque voy a congresos, y sobre eso hoy otro amigo me dijo que “con cuatro materias debés tener la cabeza recontra nerd ahora mismo, mirá si te va a importar algo, pero eventualmente el cuerpo te va a pedir pija”. Y aunque de por sí mi cuerpo es un monumento a la sublimación del sexo y no tengo tapujos a la hora de hacer uso de ese poder, sé que puedo romperme la cabeza contra la pared tratando de entender por qué, ahora mismo, me pregunto si ceder significa rendirse porque yo no quiero afrontar que me deshice sin mayores problemas de los chicos más buenos del mundo por pensar que yo era demasiado buena; en realidad me rompieron el corazón un par de veces pero ahí reconozco que la culpa es de uno, como dice Mario, porque si vos vas y te buscás a la mismísma reencarnación del rey de los pelotudos, nena, ¿cuándo vas a aprender que la guitarrita no garantiza un pack completo? Vuelvo a intentar pensar en el fulanito y sé que inevitablemente no puedo parar de pensar en las otras reencarnaciones.
Nota mental: en las próximas reuniones de “chicas solamente” evitar jugar al verdad consecuencia. Tarde o temprano esa lista de penes le va a llegar a cada miembro. 

Un flaquito de capital


Salta por una ventana como la araña
hacia el precipicio
y no le espanta en la mañana
verme enredada en un nuevo querer.
Te/ me
encanta  y no descansa en la orilla
del pensamiento tuyo, o mío
tenerte entre los dedos partidos, o arrimados
obnubilado
semidespierto, o semidormido,
no lo sé.

Salta,
salta y no dice nada
el que me ve mirar tan triste.
Habla, no dice nada
el que se fue a contarse el cuentito del chamuyo
el flaquito testarudo 
de la capial.

Canta, canta, canta,
dice que no dice sanata
¡Sh! No me digas nada,
que se te va a escapar,
¡ay!
como un pibito jugando en la vereda a la pelota
y la pelota salta, salta
no dice nada,
se regodea entre dolores de la adolescencia tardía
y la palabra se escapa
entredientes alta
la mayúscula alta,
la frente, no tanto:
sopla el pelo que me cae en la cara
dice que “gracias”
luego se va.

Mariano Ferreyra

Lleva la bandera de ninguna parte, mariano lucha y muere como un pibito militante más
del cambio, la esperanza, la transformación social
con la bandera de ninguna parte, la izquierda de la lucha diaria
contra la explotación
por la igualdad y etcétera,

está bien,
de acuerdo,
pero si estamos todos distantes
¿quién carajo -decime-

quién te va a recordar
como un militante de todos?

sin

filtros:

sos la herida abierta de la llamita que eras
como una luz de un foquito en la noche
que no quiero que se apague más
no queremos que se apague más
no queremos que nos rindan más.

No queremos llevar banderas a ninguna parte.

Los mejores deseos y las honestidades crudas
como un contrasentido
te tienen sin dejarte descansar, Ferreyra querido.

No queremos llevar banderas a ninguna parte.
No quiero más huesitos.
No quiero más.
No quiero. 

lunes, 6 de agosto de 2012

Tres igual a cero


Nunca le pusimos una medida
al tiempo
pero
tres meses se pasaron volando
y ahora los otros tres restantes,
los que pasaron
desde el cero del adiós
en vez de contar en positivo
para adelante,
me estiran el calendario
que unió sus puntas
formando un círculo
desde donde vuelvo a empezar: 
tres da igual a cero.
Se pasa rápido el tiempo, in praesentia,
y con la ausencia, claro, a mí se me hizo un barro

que quizás al segundo día ya lo naturalizaste
y dejaste de contar.

Me dirás
“lo racionalizaste”,

y entonces dejé de escribir.

martes, 24 de julio de 2012

Otro cielo


a N. M.


Siempre estuviste parado en el otro cielo
nunca te lo permitimos pero te fuiste a volar
estabas amarrado de pies y manos
entonces nos contabas tus historias del más allá.
Querías enredarte en la tierra con los pies
y con las manos tocarnos el alma de a poco
a cada latido de tu pulso
que se mostraba en un par de labios que sonreían
mientras tu cuerpo abrazaba al tiempo 
en toda su densidad.
Se nos pasó el tiempo a nosotros, porque te vimos
parado y quieto de arriba abajo;
eras demasiado para esta vida
entonces te fuiste alando
pensabas que si lo querías así
ibas a escribir tu propio mito callejero
y como Ícaro que se quemaba de pasiones
a mí me enseñaste a decir “te quiero”.
Me dibujabas con manos de niño
corazones e impulsos hermosos
porque qué importa que no tengan un significante
decías
que no había que anclar los sentidos
y había
que liberar los sentimientos
que pensar,
pensar era algo hermoso
pero sentir con los ojos era algo mucho mejor.
¿Qué inocencia se perdió con tu partida,
que me quedó en el cuerpo una distancia
que no alcanza para remediar lo irreparable?
Conocerte alcanzó para enseñarme
que una risa ciertamente calma todo
¿Cuánto más ibas a tardar en cambiar al mundo, eh?
Te creímos capaz de eso y tanto más
pero vos sorteaste tu última noción de héroe
cuando te convertiste en
un ángel.
No lo hubiéramos creído, nosotros los incrédulos
agnósticos
nosotros,
los racionales.
Queríamos sentir con el cuerpo todo
lo que no se transporta con el aire
entonces ahí venías vos a decirnos cosas
que no nos tomamos en serio
pero te nos colabas por debajo de la piel
con una palabra al oído
con un beso en la boca
con un pestañeo tuyo envuelto
en colores marrones.
Así se nos pasó la vida a nosotros,
los racionales, que no entendimos nada.
Vos en cambio,
lo sabías
preguntaste a todo el mundo
por qué amargarse si somos todo
si tenemos todo,
¿por qué amargarse?
Fuiste muchas veces nuestros ojos 
de chico travieso
hasta que pegaste el salto final
al otro cielo.
Me pregunto si alguna vez notaste el esfuerzo
que hiciste al hacerlo
porque me dejaste el mundo plagado de vida 
y de sueños.
 El tormento, la rabia, el sentimiento adolescente
no significan nada:
fuiste alguna vez en esta tierra el ser más
alegre
y con el más puro aroma a canela en un café
por la mañana.
 Chiquito corazón de canela
pensá en el cielo cuando se altera
y mirame diferente y enmarcando la vida
con tu mejor sonrisa
de esas gigantes y alfajorosas
de chocolate,
 nenito con dulce de peras
Se hace tarde y el mundo te espera
Queriendo trepársete por los pantalones,
¡Quedate!
Que se me pega el olor a lluvia y miel,
estirpe de mi propia especie.
A veces sucede que se enciende
una luz de alarma entre nosotros
y la sucesión de imágenes parece
terminar con el cuento.
 ¿Cuánto menos puede
hacer uno cuando afuera
sopla el viento
y por adentro
nada?


Aún después de todo este tiempo
estoy segura de que si leyeras esta poesía
te cagarías de risa y me preguntarías
por qué
tanto drama. 

Para acabar con la poesía



Se desataron los augurios más temidos por mí misma,
él se desprendió de su cuerpo para desgarrarme las encías
y mostrarme que con palabras
la vida se me iba de las manos
y se transportaba del alma para afuera,
del alma para afuera,
de sus manos.
Temí por mi cordura pero no desesperé,
entré en un trance eterno que me costó los días
más hermosos de la creación humana
porque no hubo signo más imposible de mirar
que cuando decidí que iba a jugármela hasta el fin
de mi ternura.
Fue un rapto, como un cataclismo impredecible
en el que me morí una, dos, tres veces, durante miles
de segundos continuados
imparables,
me decidí a sentirlo
y lo sentí,
lo sentí por dentro y por los costados,
me mostraba cada fibra de mis ojos deslumbrados
por querer arrancarle a él todo lo que había encontrado en mí.
No había más que verme
esperanzada como si me estuvieran dando motivos de vida,
llena de alma
llena de vos.
Fue imparable.
Pero hay un momento en que la poesía
se acaba 
y uno agradece el sentimiento.

Voy sintiendo que se hace la hora de decirte adiós
pero no lo consigo. 

domingo, 22 de julio de 2012

Siempre fuiste como una hoja en blanco


Siempre fuiste como una hoja en blanco para mí
donde podía escribir y tachar mientras iba inventándome
un esbozo de verme contenta y radiante
en la blancura de tu piel de rosa.

Siempre te dije que eras una hoja en blanco para mí
donde podía jugar e imaginarme poeta
escribiendo versos por siempre,
sin ataduras
sin lugar para que el tiempo se metiera a romperlo todo
un papel sin marco para despedirnos.

Pero también siempre fuiste como una hoja en blanco
porque callaste cada cosa que yo
iba repitiendo
cuando te decía “yo te quiero”
y a vos se te imprimía en el cuerpo la voz
que no contestaba.

Siempre fuiste como una hoja en blanco para mí,
donde esparcí 
de manera heterogénea y demencial
todos mis óleos y acrílicos
y calculé la longitud de tus pestañas
con mis pinceles
que te desnudaban de arriba abajo
con el movimiento de mis dedos 
ida y vuelta
en el camino que trazaba con las manos.
Te construían colores
palabras
verbos
acciones
flotando en la creación artística

como una excusa poética
o como mi posibilidad plástica.

Sigo rellenando los vacíos
(como un vicio).
Soy tu esclava y sólo escribo
sobre tu superficie blanca. 

sábado, 21 de julio de 2012

Me salva, pero ya no te soporta


Te escribí tantos poemas como pudo soportar la poesía en sus peores momentos
y también en de mayor intrascendencia.
Te escribí mensajes de texto correctivos y algún que otro mensaje reparador
pensando que mi herida se sanaba de a cachitos
especulando que tendiéndote de la mano para no dejarte caer tan de golpe
iba a ser una especie de paracaídas mío
cuando me soltaste con la otra mano y me dejaste desaparecer como si nada.

A mí la poesía me salva, pero ya no me soporta

¿por qué te hacés eso?
¿por qué me hago esto?
Una palabra se escucha más sensata con el tiempo
cuando se corre la sensación de recién levantados
más temible e infundada de recelos
cuando todo rima con un sonido que repiquetea como desazón
(y suena más idiota que verme frente a una hoja en blanco
acordándome de vos, una vez al día.)
¿qué pasó que no puedo dejar de escribirte?
Algo salió mal, algo nos hicimos,
es decir,
algo dejé hacerme;
me pegó mal 
alguna canción que ya no me acuerdo
O una charla en la que yo tomaba un té 
que vos no pagabas
O una noche en la que dormíamos 
porque no podías más.
Algo hubo
Que deconstruyó lo conocido y destruyó lo que tenías en tus manos,
en las que cabía mi frente de mirada seria y ojos duros,
que empezaron a verse plagados de llantos

porque algo quise hacer, algo hubo que quise hacer

¡Yo quería salvarte!

de vos, de mí
de todo lo que nos hacía sensibles
de todo lo que podía protegerte con mis manos
cuando te agarraba del cuello y te besaba
O cuando pensaba que podía reabastecerte y darle calma 
a tu pensamiento tirano
de verte como adulto atormentado que,
da la casualidad,
es todo lo que yo podía ser con vos.
(Pero esto no lo cuentes)
Porque ya lo ves, yo quería salvarte
pensaba que si me querías
que si llegabas a verme como yo te quería
ibas a salvarte
porque así me salvaba yo,
y te decía: “no te salves”; no, no te salves vos,
yo quería salvarte, quería ser esa que te diera
todas las cosas que no te dio nadie
con la boca, con las manos, con el habla
con las palabras que me sobran cuando digo cosas
llenarte la boca de las palabras que a vos te faltan
quería salvarte, caberte, llenarte,
quería verme como en un espejo
desafiando a mi pobre corazón de nena asustada
que quiere pan y no le dan.
Escuchá: late. 
Late. 
La respiración se aceleraba con el pulso,
mi cuerpo fue una fundición de suspiros
y en nombre de la refundación de tu falo
yo te daba enamorado el mío; lo creaba 
con pinturas y poemas
cada día, le construía andamios para que no se cayera
y vos
eras mi ejercicio plástico.
No te salves, te decía yo, y citaba al poeta.
No te salves. Y me decías
que ese poema te había regustado
pero no lo sé.
A mí me salva la poesía pero a vos ya no te salva nada,
por revolcarte en el orgullo
y tenderle puentes a la oscuridad
decir que está todo bien y que sos feliz
sí, que sos un tipo común y que sos feliz
aunque no  se le note una gota de sensibilidad a tu mirada.
Porque sos un niño que nunca dice nada.
Que prefiere el silencio al ruido.
Que se tapa los ojos con sus propias pestañas
pasa el tiempo y nada le extraña
tiene a la vida en frente suyo y la mira desde la platea alta.
(No, me vas a decir que no, pero
¿no es esto lo que me dejaste a mí?)

Hoy me di cuenta
en un rapto de espontaneidad y locura
de que no hay palabras que suplanten el silencio
que supiste acumular con tu partida.
Hay una deuda que quedó perdida entre mis tickets
de pérdidas
(que son muchas)
porque me propuse darte todo y salvarte y
ya sé, una boludez total.

Es que a uno le pasa a veces que siente
que si quiere a alguien sin condición
esa persona también te querrá incondicionalmente
y no te va a dejar de garpe cortamambos
sin explicaciones.

A mí me costó entender la paradoja de que no podías y
esa fracesita sublime del "no estoy listo".
Otro caso fatal del "no sos vos, soy yo".

A vos te costó entender que a mí de nada me hacía
que ante mi propia muerte dramatizada
me pidieras perdón.

Porque a mí 
la poesía me salva, pero ya no te soporta.
Quizás también es tarde para decirlo

es que tampoco me dejaste mucha opción
así que cada último renglón
puede ser siempre 

mi nuevo punto de partida.

domingo, 15 de julio de 2012

Amor clasificado en el baño


Hubo un tiempo en el que se iba sacando la ropa de saber que iba a verlo, con el pensamiento y con las manos cuando se estaban viendo, ella tenía los botones preparados con la memoria y sabía a qué altura de la panza terminaba el caminito del abrirse la camisa y entregarle el cuerpo al hombre que tenía en frente suyo.
Cuesta trabajo pensar cómo ese ejercicio plástico tan irremediable se iba acomodando a su conciencia con cada salida, el tiempo que calculaba se pasaba cada vez más rápido y de un momento a otro se hacía imposible calcular cuánto menos iba a tardar en fundirse en el rostro ajeno. Había una voluntad constante, es cierto, también había un motivo noble: amor.
El tiempo y el motivo se entrecruzaban como calles contrarias y en las esquinas se posaban todos sus deseos de futuro con sus patitas firmes al suelo agarradas a la tierra como si fueran raíces y era natural encontrarse a ella misma firme junto a él, besándole los ojos cuando se estaba por quedar dormido y ella pensando qué hermosa que era cada hora de aislamiento encerrados en un albergue transitorio barato. Se preguntó muchas veces, un tiempo después de lo acontecido esa pregunta que parecía tan obvia con la distancia, ¿estaba enamorada? Claro, por supuesto que se había enamorado perdidamente y con ello, entregado su alma al más terrible de los carceleros. Su amor estaba intacto y no había forma de reducirlo a cenizas por más que lo estropearan con cada indecisión cotidiana de él. ¿No se había dado cuenta?
No manejaba el discurso del enamorado, no manejaba ningún discurso, no manejaba nada bien realmente, pero ¿qué dejaba ver? Una, dos, tres veces, otras tres más, otra semana más, no sale. No sucede. La aquieta la angustia, no va a pasar. Pensó en buscar ayuda en otras personas, pero él no podía darle lo que esperaba, y ella se sacaba la ropa cada vez más rápido, y su cuerpo ya no era más que suyo, es decir, de él, pero no sucedía. Y con ese desaparecer, una esperanza por vez iba quedándose cada vez más librada al azar y más sola. No sabía qué podía llegar a comprender, una situación inentendible es una deducción que no se deduce de ningún lado, y por más que ella estrenara un corpiño con detalles de amor en el rostro a él no le pasaba, y yo lo veía apuntar hacia abajo con la cabeza caída, te ponías nervioso y yo quería largarme a llorar sola al piso.
El amor, ese motivo noble, esa voluntad constante, esa fundición en tu cara, ¿dónde quedó?
Hoy me vi al espejo cuando fui al baño de un café mientras charlaba con otro hombre y mis certidumbres volvieron a querer tirarse a llorar en el suelo porque me cuesta saber dónde está cada botón de mi camisa y me da pánico pensar en el tiempo que voy a tardar en desabotonarla la próxima vez. Y voy a quedar como una estúpida.
Esta habilidad adquirida con el tiempo se me vuelve necesaria y es cuestión de concentrarse, está bien, nada grave, pero cuando la impotencia vuelve a darme vueltas en la cabeza me doy cuenta de que aquella que vos veías enamorada es una persona que hoy me cuesta reconocer. No siento absolutamente nada. Un día más que pasa y yo sin probar aquello que ando buscando.

Al parecer, con poner un aviso clasificado en el diario no alcanza. Como diría un amigo, también "hay que ponerle onda". 


domingo, 8 de julio de 2012

Mejor te invento



Ya no sé qué inventar para dejar de pensarte.
me busco un camino
a la mañana cuando piso la vereda
y a la noche
porque siempre a la noche duele más estar extrañando.
Me pregunto si me olvidaste
o si alguna vez te acordarás de mí.
Entonces busco involucrarme con otros,
y me creo un lenguaje 
(como un balbuceo)
en el que definitivamente no estás.

Mi lengua recorre otros paladares, es posible. 
Pero en días como éstos
mi boca sólo sabe decir tu nombre. 

sábado, 7 de julio de 2012

Cansada




y de los replanteos
y recontradicciones
y de los repropósitos
y de los reademanes y los rediálogos idénticamente  bostezables
y del revés y del derecho

O.Girondo, "Cansancio".


Cansada.
Cansada de rememorarte y retorcerte en sueños retorcidos
como si la ausencia fuera una razón más del tiempo para pensar que estás dormido
y que yo no estoy despierta y desolada e idiota.
Cansada de pensar en desatinos y desiertos mundos en los que habitabas
y de querer que nazca de repente una ramita verde
de entre los cerros áridos de tu mirada estrecha.
Cansada de leerte en cada poema ajeno
y cansada estoy de escucharte en cada canción pop barata
¡Infeliz!
Estoy cansada realmente de estar sintiendo
que el cansancio sin decirte algo nuevo
es un cansancio que no se cansa.
¡Se me pasó el sentimiento porque lo mataste a pajas!
Cansada de mirarme al espejo llorante
y pensar que en estos ojos también estuvieron aquellos
y que el rastro en la pupila que era tuya se aleja
con cada día que pasa y el frío se me mete por el costado
sintiendo que no es el invierno crudo de siempre
que se nos vino encima
sino el incansable paso del tiempo que me atraviesa y me retuerce el cuerpo
porque estoy cansada,
acabada en todos los sentidos
por eso en este poema no escribí todavía
la palabra “pija”,
porque de eso estoy
realmente y jodidamente cansada.
Cansada de querer y no querer mirarte con ese recuerdo tarado,
cansada y presa de tus pantalones de jean desgastados
viejo y solitario se suicida mi cansancio,
y también resiste,
con sus quinientos silencios acumulados de la última vez que me dijiste
que estabas bien.
Cansada de todo y
vuelta a verme como una mujer cansada que sale del trabajo
y recibe sin problemas los volantes de la entrada del subte
pero que no se banca verse cansada
extrañándote como pelotuda,
pensando que queda consuelo por el tiempo pasado,
¿qué mentira y engaño es ese?
Quedaba más cómodo salir a ahogarme la cabeza
equivando todo lo malo,
pensándote bueno.

Estoy cansada, y es por todo esto
que tengo que matarte a vos y al recuerdo que me dejabas.
pasa el tiempo,
yo me siento recontra idiota
Y vos ajeno a todo andá a saber qué vidas nuevas estarás viviendo,
depositando a cada instante la esperanza de pensarte distinto
y yo acá
podrida de todo,
¡Cansada!
Padezco cansancio
parezco un eunuco

el cansancio se parece tanto a la nada.

martes, 3 de julio de 2012

Alma de botinera



Tengo alma de botinera.
Nací marcada a fuego por el destino como Esperanza Hóberal
y sé que mis dotes para escribir poemas son tan grandiosos
que se materializaron en forma de pelotas de fútbol 5 cuando me hice mujer.
Me gusta escucharlos hablar sobre pases y penales,
(a los hombres que juegan al fútbol y me hablan de teoría o se ponen a filosofar)
no entiendo un carajo,
pero me encanta.
A mí, ni me escuchan.
Hablo en plural porque ya lo dije,
tengo alma de botinera,
y mis aspiraciones no son altas sino múltiples:
voy de botín en botín, haciendo correr la bocha por el césped
gritando cada tiro de esquina como si fuera
el último grito que fuera a hacer en la Tierra
(y se lo dedico a todas las mujeres que siempre dejan todo en la cancha, como yo
que también tengo aptitudes de delantera).
Tengo alma de botinera,
aprendo de fútbol y se me pega el decir “fobal”,
comento los partidos y también sé sobre la B Nacional,
pero sobre todo, mi alma de botinera es auténtica.
Antes que las vedetongas salieran en la tele
yo ya los miraba en la hora de gimnasia mientras corrían a la pelota en el colegio
soñando que algún día
algún día,
esos piernudos sexis de peinados locos
me iban a empezar a perseguir
con sus ganas de marcarme un tanto de media cancha
para gritar “gol, Florencia, gol”
con un grito que los dejara sin garganta.

Mientras yo, por dentro
medio en venganza les replico (con una falta
que ningún árbitro observó):

“Son todos putos la puta que los parió”.

Son todos putos, 
la puta que los parió.

lunes, 2 de julio de 2012

Porque vive en mí tu recuerdo, te olvido



Estos días te extrañé con una rabia inmensa.
Me odio un poco a cada recuerdo porque pensaba que con el pasar de los días se habían extinto
quizás no,
puede que sea un signo de nostalgia,
otro más que se me cuela entre las otras nostalgias
y que viene a saludarme desde tan lejos.
pero te extraño, te olvido y te amo de nuevo.
También monté una secuencia con imágenes de tu pelo
dibujando con mis ojos cerrados el contorno de tu cuello con barba
y me sentí transportada al pasado contra mi propia voluntad.
A cada minuto lo intento
-te amo-
mi único objetivo era retenerte fuera de la vista y hasta
pude dejar de contar las horas que nos separaban
y hasta pude entender que lo que nos había separado
fuiste vos.
¡Es que yo ya no tengo remedio! te extraño, te olvido
y te amo de nuevo.
Entonces no,
te extraño con una rabia que me cala la memoria y me parte de lado a lado
a este cuerpo que tiembla asustado
porque no sabe si te extrañó, si te perdió
o si no tenerte es acostumbrarse a estar sin vos y listo.
Pero estos días te extraño como nunca extrañé a nadie en la vida
los mares se agrietan de extrañarte y eso que no tengo ningún mar a la vista,
te imagino suelto de ropas y con el torso desnudo y te extraño

porque hay personas que
hay cierta gente cuyo paso por mis días se mantiene igual de alegre
con la misma vocecita, haciendo los mismos chistes tontos
y repitiéndose como un holograma de literatura
para mostrarme que te extraño con rabia porque
no estás.
Porque ausente es el que decide cargarse de ausencia

Y yo, a tu ausencia, no me la banco.

Pero lo que me da más rabia, lo que me altera más y me revienta 
es que vi tantas películas románticas y escuché tantos temas malos de Ricky 
en lo que fueron estos últimos tres meses
que lo único más patético que escribirle un poema al aunsente que se rasca la panza
-al ausente que ni lo nota-
es hacerlo a las dos de la mañana pensando que con eso uno va a sentirse menos desgraciado.

Estos días te extrañé con una rabia inmensa.
También me di cuenta que tu esperma sabía diferente cada día y eso

eso es algo difícil de olvidar.